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El sexo como gancho para el consumo

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Por encima de la oferta y la demanda, de la maximización de recursos o de la apuesta por nuevas tecnologías. Por encima de las manidas frases como “el cliente siempre tiene la razón” o “renovarse o morir”. El único mantra que hoy en día impera en nuestro sistema económico, el que de verdad sirve de motor, es conseguir que la gente consuma. Si hay consumo, todo lo demás llega solo. Es cierto que, de alguna manera, todo se enfoca a que ese consumo sea también beneficioso para las empresas, ya que si creamos mucho pero no somos capaces de venderlo bien, la situación tampoco será especialmente positiva. Pero hemos de lograr enganchar al público con nuestros servicios y productos, conseguir que se acerquen a ellos y nos compren, que no se queden al margen. Cuanto mayor sea ese consumo, mejores serán las ventas y más margen de beneficio podremos obtener.

Es una regla básica que ha servido, de hecho, para impulsar a este sistema económico en las últimas décadas. Especialmente con la llegada de Internet, una herramienta que ha generado nuevas oportunidades y un cambio absoluto de paradigma, elevando el consumismo a un nuevo nivel. No se trata solo de dar nuevas oportunidades a empresas que empiezan con muy poco, y que pueden acceder a una cantidad de público ingente gracias a la red. La importancia de la imagen es también esencial en este nuevo paradigma. El crear, alrededor de nuestro producto o servicio, una necesidad absoluta para los propios consumidores, que ni siquiera se lo piensen a la hora de acercarse a por ellos. Hay que venderles el producto como sea, no esperar a que necesiten un nuevo coche para intentar que compren uno. Las necesidades, como ya sabemos de sobra, se generan, se crean, a través de diversas mecánicas. La publicidad ha cambiado mucho en los últimos tiempos y ahora el potencial de Internet es absoluto. Desde influencers que venden una forma de vida a través de ciertos productos, hasta anuncios con un matiz sexual muy descarado que funciona a la perfección. Porque el sexo siempre ha sido una de las mejores armas para encontrar el camino hacia el consumo.

Una forma de captar clientes

Llamar la atención de los clientes es el primer paso para persuadirles de que deben comprar lo que estamos ofreciendo. Parece sencillo, al menos al principio, pero desde luego que cuando hay tanta competencia, esto se hace cada vez más complejo. Las nuevas herramientas de la era de Internet están cambiando las reglas del juego, y captar nuevos clientes ya no resulta tan fácil como antes, cuando un anuncio en televisión te aseguraba millones en ventas. Ante una situación como esta, muchos apuestan por ir a lo más básico, apuntando directamente a las necesidades más instintivas. Y es ahí donde el sexo se hace más presente, aludiendo a nuestro deseo inconsciente de poseer algo. ¿De verdad funciona poner a una preciosa modelo conduciendo un coche de lujo, para convencernos de que es el coche de nuestros sueños? La relación es realmente básica: si tienes este coche, podrás tener también a una chica así de espectacular a tu lado.

La sexualización de la cultura

Hemos avanzado muchísimo en estos últimos siglos, y el ser humano parece haberse liberado de muchos tabúes, de muchos vicios, buscando la elevada consideración intelectual. Pero seguimos siendo esos mismos animales evolucionados que se dejan llevar por impulsos e instintos, cuando estos son demasiado fuertes. Aunque no queramos reconocerlo, aunque nuestras decisiones estén tomadas con todo el razonamiento y la lógica del mundo, el empuje del instinto sigue muy presente en nuestras vidas. Ese instinto que las empresas y publicistas conocen, y que no dudan en aprovechar, creando situaciones en las que no tengamos que pensar a la hora de comprar cualquier cosa. Con la excusa de facilitar este tipo de compras, especialmente en Internet, los portales web han colocado botones de compra instantánea para que ni siquiera tengamos tiempo de pensar si realmente necesitamos o no ese producto.

Y una de las mejores formas de convencernos, a través de nuestro impulso más básico, es el sexo. Estamos rodeados de sexualidad en todo momento, con referencias a veces más sutiles, otras mucho más obvias. No hay más que darse una vuelta por las plataformas de streaming, por los portales web sobre famosos, para entender que el sexo sigue vendiendo. Y la cultura ha abrazado esa erotización en un tiempo en el que todo debe venderse, incluyendo la información. Los medios utilizan ganchos muy llamativos en sus titulares para conseguir más visitas, y uno de los más efectivos y habituales es precisamente el del sexo. Nos genera una gran curiosidad, un impulso automático, el conocer más sobre la vida sexual de los demás. El ver una foto de una mujer en ropa interior, o vestida muy sugerente, aunque luego el artículo no tenga nada que ver con esa fotografía.

Prostitución y pornografía

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Para muchos expertos, este tiempo está siendo el de la propia prostitución del consumo. Se ha llegado a un punto tal en el que la ética a la hora de vender un producto se ha perdido por completo, aplastada precisamente por la necesidad de consumir. Las empresas no crean productos para una pequeña minoría de la población. Deben buscar siempre un público amplio que genera esa demanda continua en el producto o servicio que se vende. Una necesidad que se transmite a través de la publicidad o las redes sociales, sin dejar que el cliente o consumidor pueda discernir si realmente necesita o no ese producto. Cuanto menos pensemos, mejor. Tú compra, consume, y luego ya te planteas lo que quieras. Es algo que tiene que ver con el propio impulso, no con la lógica.

Y eso nos lleva directamente al consumo de pornografía, que en estos últimos tiempos está llegando a ser incluso compulsivo en algunos sectores. La pornografía explícita alude de forma muy directa a esos instintos de los que hablábamos antes. Es la versión cruda de la sexualización de la sociedad. De hecho, el consumo de porno ha aumentado exponencialmente desde la expansión de Internet, y ahora los chicos comienzan a ver porno mucho antes. Esto hace que su  mente se adapte mucho más rápidamente a esos estímulos sexuales, de una manera muy curiosa. Por un lado, son capaces de reconocerlos rápidamente, ya que están familiarizados con ellos. Por otra, al ser más sutiles en la publicidad comercial, no los ven como algo directamente ligado a lo sexual, aunque funciona como gancho. No hay porno en los anuncios, pero ese erotismo a veces sutil y a veces más marcado cumple la misma función.

¿Qué efecto tienen en nuestro cerebro?

Entrar en esta vorágine de compras compulsivas es algo casi imperativo hoy en día. Si estamos rodeados de estos estímulos, que además son cada vez más efectivos, y que nos llegan a todos, es normal caer por efecto dominó. Nuestros familiares y amigos terminan comprándose el teléfono móvil más caro porque está de moda. Se vende la necesidad de tener ese modelo exclusivo para pertenecer a lo que todo el mundo desea, para poder lucirlo. Las redes sociales se han convertido en la pornografía del siglo XXI, a través del postureo, de la ostentación. Eso genera en nuestro pensamiento un cúmulo de emociones que relación el consumir, el tener, con el ser feliz. Una conexión peligrosa pero hoy en día casi insalvable, porque de hecho, el propio sistema depende de ella.